¿Qué conductor no se ha puesto nervioso alguna vez frente a un semáforo que se empeña en permanecer en rojo durante lo que se nos hace una eternidad? Pues parece que esos artefactos tricolores, creados en Londres hace 150 años para regular el tráfico de los coches de caballos, podrían tener los días contados gracias a la aparición de los vehículos autopilotados.
Así lo cree un equipo de investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (ETHZ) y el Consejo Nacional de Investigación de Italia (CNR), según un artículo publicado por la revista de divulgación científica PLOS ONE.
Estos científicos, de carácter multidisciplinar, consideran que el uso de coches que no precisan de conductor nos llevará a una nueva forma de organizar el tráfico en el futuro, y ya han trabajado en ella.
Basándose en el sistema que han desarrollado, los vehículos autónomos incorporarán unos sensores que les permitirán entrar en comunicación con centros de gestión automática posicionados en los cruces, y estos serán los que regularán la circulación en esas intersecciones viales, estableciendo las prioridades de paso. Compararon este modelo con cómo funciona el tráfico en nuestros días y, en todos los casos, el control sin semáforos resultaba el doble de eficaz.
La implantación de un sistema de estas características sería muy positiva porque, además de reducir considerablemente nuestro nivel de estrés, el tráfico resultaría mucho más fluido –con un descenso considerable de las temidas y odiadas retenciones–, se ahorraría en combustible y disminuirían las emisiones de CO2 a la atmósfera.
¿A Quién Se Le Ocurrieron Los Colores De Los Semáforos?
El rojo y el verde ya se usaban en las vías ferroviarias debido a su intensidad y visibilidad.
Las tres luces que actualmente regulan el tráfico urbano de todo el mundo se completaron cuando, en 1914, el oficial de policía norteamericano William Potts añadió el color ámbar, como etapa de transición entre movimiento y detención, en un semáforo de la ciudad de Cleveland. El rojo y el verde ya habían sido incluidos en el considerado primer semáforo del mundo, instalado en Londres en1868 por el ingeniero John Peake Knight. Este artilugio funcionaba manualmente y, durante el día, elevaba dos brazos indicadores como los usados para los trenes, en los que se leía stop (paren) o proceed (prosigan).
Peake Knight propuso emplear dos lámparas de gas, una verde y otra roja, para que pudiera verse en la oscuridad. De hecho, esos colores ya se usaban en las vías ferroviarias debido a su intensidad y visibilidad. No obstante, se trataba de un dificultoso mecanismo que, tras dos meses de funcionamiento, explotó y causó la muerte del operador. Las luces automáticas verde y roja fueron una ocurrencia en 1912 de Lester Wire, un policía de Salt Lake City, y serían patentadas por William Ghiglieri e instaladas en la ciudad de San Francisco cinco años después.